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Cuando entregar es más importante que pensar

Pensar es una esas actividades apetecibles que se practican mejor en posición horizontal. Quizás por eso este verano, sin que sirva de precedente, he estado pensando a ratos.

Incluso he llegado a sorprenderme a mí mismo por practicar esta actividad sin prisa, con pausa y con tranquilidad, he llegado a “metapensar”: pensando acerca de lo poco que pensamos de este modo ya.

Puede que aquí, alejado de las palmeras y de vuelta a nuestra jungla de asfalto, suene raro esto de “metapensar”, pero es lo que tiene darle al coco con un combinado de ídem en la mano.

Pensar

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Visión de futuro

“Visión de futuro” es el nombre que pusimos en el trabajo a una serie de ponencias en el que invitábamos a los asistentes a imaginar futuros cercanos que se harán realidad.

Y es que la gran paradoja que vivimos en la actualidad es que no se puede de dejar de mirar hacia adelante si no queremos que el toro nos pille por detrás.

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El parque temático de tu carrera profesional

Una vez más ha sido él, mi pequeñajo, que ya ha crecido y superado la altura que le permite subir a todas las atracciones de cualquier parque temático.

Ha sido él quien a través de su montaña rusa de emociones y miedos me brinda hoy la oportunidad de escribir sobre la realidad y el deseo, sobre comportarnos como seres singulares o como borregos, sobre mentirnos a nosotros mismos o ser sinceros.

Ha sido él, quién a través de sus emociones y sentimientos, me ha vuelto regalar una analogía para entender mejor las aspiraciones profesionales, la magia cautivadora de los ascensos, y, sobre todo, el vértigo.

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Fracasos que merezcan la pena…

La palabra fracaso está maldita. La historia la escriben los triunfadores, y las charlas TED suelen ser impartidas por ellos también. Así que es normal que al fracaso se le mire con distancia, con desdén, y a menudo con condescendencia.

El fracaso parece que solo tiene hueco en la hoja de ruta de los líderes de opinión como un paso previo a la cumbre, como un tropezón necesario para lustrar más aún si cabe sus hazañas. Los vuelos directos a la victoria carecen de épica y están devaluados. Para hablar de triunfos míticos, aquí sí, sírvanse bien trufados de una buena ración (previa) de fracasos.

Pero ¿y si el objetivo inicial nunca llega a alcanzarse? Y si solo tenemos fracaso en estado puro y sin cortar. ¿Deberíamos arrojarlo al retrete por si la policía del éxito hace una redada y ante tan vasta evidencia se ve obligada a aplicar con dureza la ley del postureo, y nos confisca nuestra cuenta de Instagram?

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¿Quo vadis, metaverso?

Ahora que el inquietante metaverso ha sido casi desterrado del universo del postureo digital por el locuaz chat GPT, ahora y solo ahora, me apetece escribir sobre él.

Primero, pongamos un contexto a este post: la formación. Otras múltiples aplicaciones del metaverso escapan seguramente de mi comprensión, y aunque podría adentrarme en ellas haciendo uso de la temeraria ignorancia de un tertuliano, he preferido centrar el tino en un terreno que de manera incipiente ya he explorado. Eso, y la lectura hace tiempo de “Ready Player One” me colocan, sin duda (o no), en la posición de poder opinar con criterio.

Metaverso

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Trasformación, tras formación

En matemáticas el orden de los factores no altera el producto. Solo en las matemáticas.

Cuando emprendemos cambios de gran calado, cuando queremos transformar, entran en juego variables de distinta índole que pueden escapar a la lógica: miedos, ilusiones, sentimientos, percepciones… Personas.

Nada te garantiza el éxito, pero una cosa te garantiza el fracaso: la falta de preparación. Por eso, si se desea el mejor resultado posible en el producto, la formación se antoja imprescindible en el primer lugar de esta operación.

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¿Sabes quién eres?

Admito que cuanto más me conozco menos sé quién soy. Nos hemos montado un mundo en el que cada vez resulta más complejo encontrarse a uno mismo. Rodeados de inercias, prisas, identidades laborales impostadas, creencias sociales heredadas, “quieros” y no “puedos”, y “puedos” que, por lo que sea, no acabas de querer… cada vez cuesta más localizar al Wally que mora en tu interior, por mucho que intente llamar tu atención con su conjunto de rayas rojas y blancas.

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¿La gran renuncia o la isla de las tentaciones?

Según como narremos el fenómeno de “la gran renuncia” puede tener hasta un poso romántico. El psicólogo que le puso nombre, lo hizo un poco desde esa perspectiva: La pandemia nos ha hecho más conscientes de lo efímero de nuestra existencia y de nuestra fragilidad. Esto nos ha imbuido de un espíritu “carpe diem” que empuja a la urgente búsqueda de un futuro laboral que nos haga sentirnos realizados como seres humanos.

Si esto fuera realmente así, se podría decir con orgullo que aquello que se aventuraba de que “saldríamos mejores” se había hecho realidad, al menos de manera parcial.

Desgraciadamente, he visto cosas que no creeríais: estanterías de papel higiénico arrasadas, botes de levadura llenando armarios, comisionistas de mascarillas mientras la gente moría a centenares cada día…. Así que permitidme que examine con cierto escepticismo este fenómeno de nuestro mercado laboral.

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No eres imprescindible… disfruta tus vacaciones

Eres imprescindible para tu ego, y para nadie más. Por mucho que nos duela, esa es la realidad. Un día moriremos y el mundo seguirá girando igual. Quizás hallemos alguna lágrima derramada en los ojos de nuestros seres queridos, pero los coches seguirán yendo y viniendo por las calles ajenos a nuestro drama personal. Los edificios, incluso aquellos llenos de recuerdos, contemplarán impasibles la nueva cotidianidad. Nuestro alma vagando por el aire en el tránsito a un nuevo mundo exclamará: “¡Qué falta de sensibilidad!”

Esta es la dura verdad y como diría Alaska: “Ni tú, ni nadie, nadie, puede cambiarlo”. Así que, por favor, antes de que la muerte ponga a tu ego en su lugar, háztelo mirar. Si estás de vacaciones, ese email podrás dejarlo sin contestar.

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Lo bueno de hacer lo correcto

Lo malo de hacer lo correcto es que no se suele percibir una recompensa inmediata, es más, al contrario, existe un riesgo real de que te hagan sentir un pringado.

Hacer lo correcto está conectado a unos principios y a unos valores intrínsecos que no suelen estar directamente vinculados con ningún elemento que funcione como motivador extrínseco. Y eso, en el mundo en el que vivimos que, como cantó Madonna, es cada vez más material, puede acarrear desconcierto o dudas precisamente en los que, desde un punto de vista de coherencia con sus valores, se comportan bien.

Hacer lo correcto no suele ser una buena inversión en el corto plazo, pero, sin embargo, en el largo plazo es lo único que garantiza la paz…con uno mismo… y con los demás.

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