Hablando con otros blogueros he llegado a la conclusión de que cada uno tiene su forma de gestionar las publicaciones. Unos planifican y escriben con mucha antelación, otros improvisan todo el rato, y, bueno, yo intento estar en un punto medio aunque no siempre lo consigo.
Mi recurso vital es un documento en Word llamado “Posibles temas posts” donde voy añadiendo las ideas sobre los que creo que puedo escribir, en cuanto estas se me cruzan por la cabeza, y al que recurro cuando me enfrento al papel en blanco. Pues bien, desde el principio de los tiempos hay en esa hoja una línea referida a una anécdota real en la que se puede leer “¿Qué pasa cerdo?” Hoy después de tantos años toca escribir sobre ella, y, de paso, resolver el misterio que acabo de generar.
Ocurrió hace unos diez años. Yo gestionaba un equipo bastante grande y por diversas razones se nos quedaron tres posiciones abiertas que había que rellenar con presteza porque cuando una vacante no la cubrías rápido te podían quitar el headcount de las manos. Así que Recursos Humanos nos hizo una criba curricular pero yo, como hiring manager, decidí llamar directamente a los candidatos que más nos gustaron para acelerar el proceso de selección.
La anécdota se produjo cuando, en una de las primeras llamadas, tras marcar el número de contacto, el saludo que recibo al otro lado del teléfono fue el siguiente:
- ¿Qué pasa, cerdo?
Evidentemente la respuesta me pilló por sorpresa, pero, tras esa sorpresa inicial, no pude evitar reírme por dentro consciente del equívoco al otro lado de la línea y pensando en la reacción que iba a generar mi contestación, así que proseguí como si nada, obviando su particular modo de contestar.
- Hola, soy (mi nombre y puesto), te llamo de (empresa). Hemos recibido tu curriculum y te llamo en relación con una de las posiciones que tenemos abiertas. ¿Tienes 15 minutos para hablar conmigo?
En aquel momento no existían las videollamadas (o si existían no se utilizaban para estos menesteres), pero os puedo prometer que a través del hilo del teléfono pude visualizar como la persona que había al otro lado palidecía. Luego vino un silencio incómodo de un par de segundos, después titubeos, y por fin una respuesta atropellada.
- Perdón… perdón… lo siento. Es que he visto que me llamaban de una extensión larga de números y pensaba que era un compañero. Disculpa…. Disculpe.
Se trastabillaba, estaba nervioso, empezaba las frases llamándome de “tú” y se corregía para hablarme de “usted”.
Yo, mientras interiormente no podía evitar seguir divirtiéndome, hice todo lo posible por reconducir aquella conversación y tranquilizar al candidato. En un par de minutos la entrevista telefónica trascurrió en un tono normal, aunque, como me confesaría años más tarde, el siguiera fustigándose por dentro por aquella contestación inicial.
Aquel candidato, tras un par de entrevistas presenciales, fue seleccionado. Y creo que todos los que estuvimos involucrados en aquel proceso seguimos contentos con aquella decisión.
En los últimos meses he hablado mucho en el blog sobre Inteligencia Artificial, sobre cómo nos puede ayudar, y sobre cómo las personas podemos encontrar nuestro lugar desde el que aportar valor recurriendo a lo que nos hace diferentes como la creatividad o la intuición. Hoy he querido traer este ejemplo porque ilustra a la perfección esa parte diferencial que tenemos los humanos que no puede ser sustituida.
Creo que la Inteligencia Artificial tiene, y tendrá más aún, un protagonismo total en los procesos de selección. Puede gestionar miles de entrevistas al mismo tiempo, puede aprender sobre los resultados delas mismas e ir afinando las preguntas, y puede hacerlo sin prejuicios que empañen su criterio. Ahora bien, una inteligencia artificial nunca (o al menos en los próximos decenios) podrá interpretar correctamente un “¿Qué pasa, cerdo?”. Es una contestación singular que difícilmente se repetirá y sobre la que, por tanto, no podrá sacar aprendizajes. Es más, es una contestación que probablemente generaría que el candidato fuera descartado de inmediato.
Los mayores enemigos de la Inteligencia Artificial, cuando hablamos de comprender textos escritos, son la ironía, el sarcasmo y el sentido del humor, este es el reto que empresa como Google tienen entre manos. Eso sí, el “¿Qué pasa, cerdo?” entraría en una categoría especial. Excepciones de una entre un millón que nunca podrá ser cubierta por ninguna programación.
Qué datos hicieron que a mí me gustase esa respuesta. Éramos un equipo grande y joven, necesitábamos a alguien que además de unos conocimientos técnicos muy potentes, tuviera un trato personal cercano y con sentido del humor para encajar en el grupo. Que su contestación fuera en teoría dirigida a uno de los que eran sus actuales colegas denotaba esa cercanía, y ese buen rollo trabajando que andábamos buscando. Además desde el primer momento percibí aquello como una equivocación. Y esto que se cuenta bien en un párrafo, y que no tiene ningún mérito especial dentro de una comunicación humano-humano sería muy complejo de programar.
La tecnología nos va a poner mucho más fácil las cosas, pero tarde o (más bien) temprano, cada una de estas novedades tecnológicas acabaran llegando a todos por igual, por tanto la responsabilidad para marcar las diferencias, tomando decisiones que a veces puedan escaparse a la pura lógica seguirán recayendo en el bando humano.
Las personas seguirán siendo el valor diferencial de las empresas, que a nadie le quepa duda.
Esto no es una disyuntiva entre máquinas o personas, es un reto para crear ecosistemas laborales que permitan la convivencia entre ambos. Donde los humanos podamos seguir aportando un valor fundamental.
Apostar por blanco o negro, como en casi todo en la vida, sólo puede llevarnos a un escenario más pobre que el que podemos alcanzar uniendo fuerzas. No me canso de decirlo, hemos de construir siempre sobre una base win-win.
Cada uno de nosotros debería preguntarse cuál es el valor diferencial que está aportando en su trabajo que no se puede automatizar, y apostar por seguir desarrollándose. Mejores máquinas y mejores humanos debería por lógica ser una ecuación que diese por resultado mejores empresas y un lugar mejor para vivir.
Y para terminar este post, regreso a la anécdota. Al primer día en que esa persona se incorporó a nuestro equipo. Para los recién llegados nombrábamos a un compañero mentor que lo acompañase en las tareas de las primeras semanas, que ayudase a que su integración fuese más sencilla. Bien pues su mentor fue a recibirlo a la puerta de la oficina, podía haberlo hecho con un caluroso “Bienvenido” o con un simple “Buenos días”, pero optó por una fórmula menos convencional. Sí, evidentemente, el saludo inicial fue… “¿Qué pasa cerdo?”
Pig by mynamepong from the Noun Project