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Competencias diferenciales en el aprendizaje: la autocrítica

Nos gusta decir, sobre todo en los últimos tiempos, que se aprende del error, pero siendo puristas deberíamos decir que de lo que se aprende es principalmente de la autocrítica que se hace de ese error.

El error en si mismo solo te indica que si no quieres repetir ese resultado algo debes de cambiar. Es una buena autocrítica lo que te muestra el qué.

Ahora bien, para qué lo vamos a negar, de autocrítica no vamos sobrados en esta sociedad.

autocritica

Con este punto de partida, y en un contexto empresarial que cada vez pretende ser más ágil, es indiscutible que la autocrítica se presenta como un valor diferencial a la hora de aprender, y, por tanto, a la hora de crecer, evolucionar, avanzar… y, no menos importante, de desaprender.

Siempre se aprende más desde la autocrítica que desde la crítica en general, porque el primer paso para cambiar es reconocer nuestras áreas de mejora, y porque nuestro impacto siempre es mayor si ponemos el foco en cambiar lo que está en nuestra área de influencia. A veces olvidamos que ser el culpable de algo conlleva que la solución también está en tus manos.

¿Puedes hacer algo por mejorar lo que no te gusta? Hazlo en primer lugar y luego preocúpate de cómo pueden contribuir los demás.

La comunidad global en la que vivimos no es conmutativa: el orden de los factores sí altera el producto. Empezar por uno mismo no es solo aportar tu contribución a la solución cuanto antes, es también liderar con el ejemplo.

La autocritica es a la vez un valor, una competencia y una herramienta que nos ayuda a dar un primer paso ante una situación bloqueada. En teoría es imprescindible, aunque en la realidad muchas veces es la gran olvidada.
No hay más que darse una vuelta por las redes sociales, las tertulias políticas, o el relato de la vida de la hija de tu vecina, para darse cuenta que criticar es muy fácil excepto cuando se trata de lo que haces tú o los tuyos (el fanatismo es el mayor enemigo de la autocritica).

Es innato, supongo que forma parte de nuestro instinto de supervivencia, porque hasta mi hijo que, desde mi nada objetiva opinión, es un niño lúcido, noble y honesto, lo de la autocrítica lo lleva fatal. Ante el error, adopta por defecto una actitud defensiva o, peor aún, de contrataque. Seguramente cuando, dentro de muchos años, él tenga hijos y descubra que de repente se ha hecho mayor, porque empieza a repetir frases de sus padres, será porque esté oyéndose decir lo que le repito yo machaconamente cada vez que saca a paseo la soberbia en lugar de la autocrítica: “Si quieres tener credibilidad, hay que saber cuándo sacar pecho o cuándo recoger cable y reflexionar”.

En fin, el que esté libre de soberbia y practique la autocrítica de manera innata que (se) tire la primera piedra.

Por eso mismo, porque no nos sale por defecto, es tan importante practicarla. Las malas costumbres enquistadas se combaten cultivando nuevos hábitos.

No se me ocurre una competencia mejor que desarrollar si queremos ver a nuestros equipos prosperar. Si hablamos de ambiente la laboral, hay una alternativa (mejor si es complemento) a desarrollar la autocrítica, contratarla. Es una competencia que debería estar en los primeros puestos del radar del reclutador, tiene más sentido preguntar sobre algún proyecto fallido y las causas de ese resultado, que sacar a la palestra la trasnochada cuestión de cuáles son tus puntos débiles. Por cierto, tendría que caer un chorro de pintura del techo cada vez que alguien responde a esa pregunta con “no ser tan exigente conmigo mismo”.

Deberían saltarnos todas las alarmas cuando escuchamos voces muy pagadas de sí mismas (especialmente si esa voz es la nuestra) que se creen en posesión de la verdad absoluta. La autocrítica te permite encontrar caminos y abrir puertas que desde la egolatría (exceso de seguridad) o la atalaya personal defensiva (exceso de inseguridad) permanecerían cerradas.

 

 

Mirror by Adrien Coquet from NounProject.com

Jesús Garzás

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