Pasarán los días de encierro, pasarán los puntuales aplausos comunitarios de las 7:58, pasarán los abrazos a dos metros de distancia, pasarán las videollamadas a los abuelos… bueno, éstas no, éstas apuesto que se quedarán para siempre ya.
Pasará el coronavirus, pasará la mayor parte de lo malo que nos ha traído, y, lamento no ser muy optimista al respecto, pasará también la mayor parte de lo bueno que nos está trayendo. Pero al volver la vista atrás, hablaremos muchas veces de ello con pelín de orgullo y un tono engolado de autoridad para decir que, en aquellos tiempos, que son estos, pudimos hacer lo que antes decíamos que no podíamos.
Reconozco que, aunque los llevo allá donde voy, es decir, de la cocina al sofá y del sofá a la cocina, me cuesta últimamente sacar a relucir el humor y el optimismo. No por falta de ganas, quiero pensar que más bien por empatía con todos los horrores que nos rodean, y para qué negarlo, por ese miedo que se esconde entre las rutinas, y, a veces, atenaza. El dichoso bichejo ha traído una dosis de incertidumbre a nuestras vidas, inabarcable cuando se trata de gestionar más allá del día a día.
Refugiado en la escritura, que se convierte en terapia en estas ocasiones, me resisto a dejarme llevar por los temores y las frustraciones. Vomitar bilis es tan fácil que no tiene mérito alguno. Confinados entre las paredes de nuestro hogar emergen con mayor protagonismo y visibilidad los principales motores de nuestra felicidad, los únicos capaces de traer sonrisas a nuestras vidas en estos momentos: el amor, la amistad y, por qué no decirlo, el entretenimiento. Dejémonos guiar por ellos y saldremos de esta mucho antes, o por lo menos, mucho mejor.
Tratando de dar ejemplo, quería escribir hoy un post que tuviera un trasfondo optimista pero no delirante, hace ya varios días que cuando desayuno cojo la taza de Mr. Wonderul por el lado que no se lee el mensaje. Y he llegado a la conclusión de que, si el futuro tiene un cabo de esperanza al que agarrarse, es el de que estos días hemos convertido muchos imposibles en posibles, a nivel individual y a nivel global.
No me gusta decir aquello de que la mayoría de nosotros, los que nos quedamos en casa, somos héroes. Simplemente somos seres humanos en su máxima expresión, haciendo gala de nuestro instinto de supervivencia y nuestra capacidad de adaptación. Solamente hacemos lo que podemos, aunque antes creyésemos que no podríamos. Hemos tenido que renunciar a cosas que nos parecían irrenunciables, y que, ahora apartadas a un lado y con distancia por medio, deberían servirnos para distinguir lo superfluo de lo importante.
Si eso sucede, si estos tiempos de incertidumbre nos sirven para aportar claridad sobre lo que de verdad tiene importancia, no habrá sido todo en balde.
Pero, ojo, esa no sería la recompensa, ni el final del viaje interior. La recompensa, como siempre, habría que pelearla. Porque con lo importante identificado, y sabiéndonos capaces de hacer lo que antes no podíamos, no tendremos excusa para no cambiar lo que antes simplemente posponíamos.
Creo que el bichejo con forma de corona ha dejado demasiado claro que no somos eternos, que somos frágiles. No perdamos esa perspectiva y pasemos a la acción en pos de lo que de verdad nos importa: ya mismo desde nuestras casas, y en cuanto podamos, en ese mundo que pacientemente sigue esperando ahí fuera.
hard work by Adrien Coquet from the Noun Project
Me encantó este escrito Gracias por compartirlo. Es muy cierto todo lo que dices. Espero que te encuentres bien. Saludos… En tiempos de crisis también nacen oportunidades, en mi caso estoy creando un blog desde casa. Tú has sido inspiración. Gracias.
Muchas gracias por tu comentario! Y mucho suerte con tu blog, desde luego que este es un buen momento para comenzarlo