Está a punto de producirse la alineación de planetas en el universo de la formación: Cada vez hay más y mejores plataformas (e incluso apps.) que pueden adecuar los contenidos a las necesidades de cada usuario, la oferta formativa en línea (y siempre disponible) ha crecido en calidad y cantidad gracias a la inesperada (e indeseada) aparición del COVID, los formadores y mentores están adaptando sus habilidades más allá de la clásica presencialidad y son capaces de aportar cada vez más valor en este nuevo entorno virtual, … y los alumnos… bueno, paradójicamente ahí está el quid de la cuestión, los que más interés deberían tener, son los que más perdidos andan en este nuevo escenario.
¿Estamos preparados para ser los responsables de nuestra propia formación? Lamentablemente, y en mi opinión, ahí es donde tenemos una mayor área de mejora.
No me cabe duda, por primera vez en la historia, tenemos a nuestra disposición los medios y hemos adquirido las suficientes competencias para poder hacernos responsables de nuestra formación. Casi todo el mundo tiene consciencia de su relevancia, ya de por sí grande, pero mucho mayor en un entorno laboral que demanda continua adaptación. Y sin embargo a la hora de hacerle un hueco en nuestra jornada, nos cuesta un mundo. Desgraciadamente, lo urgente pasa una y otra vez por encima de lo importante, cuando lo importante es la formación.
Algunas culturas corporativas tradicionales tienen (y tendrán) una gran influencia en nuestro pensamiento y nuestro comportamiento. Sin necesidad de implantarse a través de ninguna vacuna, la cultura es un catalizador más potente que cualquier chip temido por Migue Bosé. Por eso, inconscientemente (e incluso conscientemente) sigue habiendo gente (demasiada) que piensa que el tiempo dedicado a su formación es tiempo que pierde de productividad. Da igual que Stephen Covey, un tipo bastante sensato y sabio, hablase hace mil años de la importancia de afilar el hacha en las personas altamente eficientes, para algunos el único mensaje que cala es el del corto plazo. Ya habrá tiempo para aprender mañana.
Lo más triste es que incluso los que tenemos claro el impacto de la formación en nuestro desempeño y por tanto en los resultados de la empresa, no podemos poder evitar sentir cierta culpabilidad cuando tratamos de predicar con el ejemplo, o cuando tratamos de dotar de recursos formativos a quién creemos que lo necesita. Deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra labor y empoderados para demandar ese espacio de aprendizaje en las agendas de nuestros compañeros, y sin embargo hay días que te vas a casa con la sensación de haber tratado de robarles (o mendigarles) el tiempo.
Durante años la solución ha sido programar tiempos y espacios fuera de los habituales de trabajo, para que los empleados pudieran dedicar tiempo a formarse lejos del mundanal ruido, aislados en un aula, o en una casa de campo con el sello de alguna universidad en la fachada. Siendo una medida eficaz en muchos casos, no creo que se pueda decir que sea la más eficiente, y, sobre todo, no es la más madura y responsable. Me explico, no deja de ser una medida donde el empleado adopta el rol pasivo de alumno de colegio, le dan todo hecho y su obligación es solo acudir el día y la hora pactado, lo de que acuda más o menos implicado, no queda tan claro.
En un mundo ideal es el profesional el que decide qué, cuando, y con quién quiere aprender. Un mundo ideal, que, por temas logísticos, tecnológicos, e incluso económicos era una quimera, pero que ahora podría ser una realidad. Sólo falta que nos lo creamos todos. Que cada persona coja las riendas de su formación y se implique en la creación de un entorno personal de aprendizaje a la medida de sus necesidades, con el apoyo del área de recursos humanos y de mentores, claro, pero tomando decisión sobre su mapa de desarrollo y ubicando tiempos en su jornada laboral. Definiendo objetivos (y siendo recompensado por ellos) con la misma disciplina y seguimiento que lo hace para el desempeño.
Las ofertas y posibilidades al alcance de todos están ahí fuera. Sólo falta dedicar tiempo a su planificación y a su ejecución. Y en paralelo seguir, pico y pala, trabajando para moldear culturas corporativas que fomenten la formación dando la libertad y la responsabilidad al empleado de cómo y cuando llevarla a cabo, premiando la implicación y los buenos resultados, predicando con el ejemplo desde las posiciones con más influencia.
No, no creo que estemos preparados hoy para hacernos responsables de nuestra formación, pero debemos estarlo mañana. Es urgente, importante, y tendrá trascendencia en la (impepinable) adaptación al cambio de nuestras empresas.
Digital Classroom by Dan Hetteix from the Noun Project
Coger las riendas de nuestra formación, de nuestra carrera profesional, de nuestra vida… es algo factible que espero todos sepamos hacer. Muchas gracias por la reflexión Jesús y, de nuevo, !Feliz 2021!