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La nueva fragilidad

Todos nos creemos inmortales hasta que se demuestra lo contrario. Sí, sabemos que la muerte está ahí, pero mientras la salud o las fuerzas nos respetan no solemos contar con ella como una posibilidad a corto plazo.

Cierta vez leí (lamento no recordar al autor/a) que la vida es una enfermedad terminal que contraemos al nacer. Siempre lo he considerado una interesante perspectiva, aunque difícil de interiorizar, no sé bien si por instinto de supervivencia o por salud mental.

Sin embargo, llegó el coronavirus y puso las ideas preconcebidas del revés. En algunos casos removió conciencias, perspectivas, creencias… y mató a la inmortalidad. Y nació la nueva fragilidad.

Fragilidad

El coronavirus ha dividido a la sociedad. Y no me estoy adentrando, ni me quiero adentrar en un territorio político al que solo accedería para escribir un post sobre el concepto (maltratado) de liderazgo y responsabilidad.

El covid-19 ha dividido a la sociedad en dos: los mortales y los inmortales. Los primeros han sentido las consecuencias de la enfermedad por cercanía o por empatía, o simplemente, y de repente, les ha caído encima, directa o indirectamente, el peso de la edad ataviado con una capa de vulnerabilidad que nunca antes habían percibido. Muchos hijos nos hemos convertido en padres de nuestros padres por primera vez en la vida, sintiendo en sus carnes la nueva fragilidad. Les llamamos más, incluso, si es posible, les queremos un poco más ahora que hemos percibido tan claro que la vida eterna era menos eterna de lo que solíamos pensar, que ese mañana que nunca queríamos que llegara podría de repente ser, literalmente, mañana.

Estamos viviendo una época en la que unas décimas en el termómetro hacen temblar los cimientos de nuestra existencia. Y, sí, desgraciadamente algunos parecen no haberse dado cuenta, y lo pregonan al mundo sin decir nada, literalmente, a cara descubierta. Aunque honestamente creo que son una minoría de descerebrados que se llevan la mayoría de los focos de los medios. Sin embargo, los demás somos muy consciente de esta nueva fragilidad que alcanza a todo aquel y a todo aquello que nos importa.

Y este nivel de consciencia tan real y tan pleno sobre lo efímero de nuestro paso por el mundo nos coloca en una posición incómoda. No por el miedo, no por la ansiedad, si no sobre todo por la responsabilidad.

Dejar en manos del tiempo nuestras decisiones más importantes parece menos recomendable una vez que el tiempo se ha revelado como un ente demasiado finito. El ahora se ha convertido con más motivo que nunca en el mejor momento para coger las riendas de nuestras vidas, porque “ahora”, desde esta nueva fragilidad, es la única unidad de tiempo en la que podemos confiar con seguridad.

Habrá quién intente, por fases o de un suspiro, iniciar la desescalada de esta realidad que nos ha golpeado por sorpresa, porque la responsabilidad está hecha de un material muy pesado y los hombros a veces no la soportan. Pero, malas (buenas) noticias, es que una vez la consciencia ha sido adquirida, la vocecilla de la conciencia no se va a callar.

Al principio de la pandemia todo el mundo se preguntaba en alto si esta experiencia cambiaría nuestras vidas o nuestra sociedad. Yo sencillamente creo que la pandemia nos ha revelado que hay muchos cambios que debemos llevar a cabo. Lo que no puedo asegurar es si vamos a acometerlos o a dejar pasar la oportunidad acomodándonos en la nueva normalidad, porque me temo que la vacuna del Covid-19 llegará antes que la del conformismo.

 

Thin Man Checking Himself on Mirror by Gan Khoon Lay from the Noun Project

Jesús Garzás

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