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Por una empresa libre de zascas

No me gustan los zascas. Por no ser tan tajante, diré que en un entorno de amigos quizás puedan servir para echarse unas risas. Fuera de ahí, comienzan a ser una lacra.

El zasca, para quién haya vivido aislado de las redes sociales y el mundo en general en los últimos años, es en teoría una réplica (verbal) ingeniosa que deja a tu interlocutor mudo, y en evidencia y, si es posible, al borde de querer cortarse las venas.

Los zascas buscan cada vez más reforzar el ego de quién lo emite o directamente hacer daño al que lo recibe, y por ahí mi relación con ellos se ha ido desencantando.

zascas

Los zascas llegan con un importante problema de partida, no hay un patrón de zascas en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas de Paris, por tanto se decide lo que es y lo que no es un zasca de una manera cada vez más subjetiva. Se puede decir que, sobre todo, en redes sociales cada uno trata de arrimar el zasca a su sardina.

De manera cada vez más extendida no se valora el ingenio, ni las fuentes de información, ni siquiera el conocimiento de quién lo emite. Lo que más se tiene en cuenta a la hora de definir una afirmación como “zasca” es que el ideario desde el que fue construido esté próximo al de uno mismo, o que simplemente que el emisor caiga bien. Y lo peor, parece que el insulto o la descalificación se tienen más en cuenta que la fina ironía o el matiz sutil. Hoy en día todo es zasca bajo la premisa de agredir verbalmente a quién me cae mal.

Por eso el zasca, como el bitcoin, se ha ido devaluando. Empezó como un recurso divertido e innovador en la comunicación, y se está convirtiendo en el objetivo que persigue el macarra poligonero de internet para sellar un debate en favor de sus ideas. Hasta tal punto que el silencio prudente del que no quiere entrar al trapo en un intercambio de exabruptos es celebrado como victoria (humillante) por los zascandiles (seguidores de quién emite el zasca) de turno.

Lo preocupante es cuando no importa tanto la verdad como la contundencia del (supuesto) zasca.

Comprenderéis ahora el título de mi post. En el mundo de la empresa, y especialmente en la comunicación por email o social, se está extendiendo cada vez más la búsqueda del zasca. Supongo que es inevitable, las modas sociales acaban por llegar a los entornos laborales. El objetivo en un debate (sobre todo escrito) ya no es tanto encontrar una solución consensuada como cerrar la boca (o la tecla más bien) de nuestro interlocutor con una réplica que deje patente nuestro conocimiento, a la vez que la ignorancia del aludido. Cuando alguien antes de empezar a escribir una respuesta anuncia en voz alta a sus compañeros: “Verás el zasca que le voy a meter”, la cosa nunca puede terminar bien.

Los zascas se han convertido en paradigma de la estrategia de negociación win-lose (ganar – perder). Y quienes me leen (o mejor aún, quienes han leído a Stephen Covey) saben perfectamente que esta estrategia a medio y largo plazo no conduce a nada bueno. Más allá de una capa de barniz para el ego y alguna que otra renta cortoplacista, lo que realmente consiguen es erosionar relaciones, abrir brechas, y romper posibles vías de crecimiento a futuro.

Ya había quién practicaba el zasca, en esta su acepción más burda, antes de la existencia de la moda de los zascas, solían utilizarlos en dosis orales para fajarse con ellos en reuniones en las que por un motivo u otro se sentían en inferioridad. Siempre me han parecido un recurso de persona insegura y soberbia, de esos perros ladradores poco mordedores que te ponen de mal humor, pero a los que miras con pena porque en el fondo sabes que lo que necesitan es un abrazo.

Conste que en su forma primogénita más pura, la de comentario ingenioso generalmente irónico, el zasca podía ser un recurso digno de admiración. Desde la sutileza y el humor, funciona. Desde la arrogancia, la vanidad, y lo cerril genera rechazo.

Porque, claro, cuando una frase necesita del comentario literal “¡zasca!” para dejar patente su supuesta genialidad, lo poco de sutil que tuviera se va al carajo.

No me imagino a Quevedo escribiendo “Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, Toma zasca, Góngorilla”. El zasca burdo mata al zasca ingenioso.

En la empresa, y en la vida, cuando la testosterona domina a la neurona, es una mala señal. Por eso los zascas dejémoslos sólo para echar unas risas entre amigos.

 

 

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Jesús Garzás

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