Hace unas semanas, cuando escribí el post en el que hablaba de las diferencias entre valores y competencias , se generó un debate inesperado para mí. Giraba en torno a si los valores podían medirse o no.
Yo afirmaba entonces que “no” y que este hecho precisamente era uno de los puntos en los que se marcaba distancia con las competencias. Después de haber sido cuestionado sobre ello, creo que debo rectificar, aunque ligeramente, porque rectificar es de sabios y yo no doy para tanto.
Acepto que los valores se pueden medir, pero… ¿se deben medir?
Evidentemente la pregunta en sí es capciosa, sobre todo, procediendo del debate del que procede. No creo que los valores se deban cuantificar.
Ya decía entonces que, desde la metáfora, nacían del corazón. Pienso que, bien entendidos, se sienten, se viven… y que cuanto más los acerquemos a lo material, más los vamos a desvirtualizar. Si necesitamos medirlos, tendremos que aterrizarlos y hacerlos tangibles, y entonces podemos ponerles la denominación que queramos… pero terminamos por convertirlos en competencias. Ahí está el truco.
¿Se pueden medir?, sí. ¿Pero en qué los convertimos cuando los medimos?
Buscaré un símil, tan real (como posiblemente demagógico). Uno de los valores que intento infundir a mi hijo es el amor (este es el ejemplo más claro, pero valdrían otros típicos: honestidad, gratitud, amabilidad, etc… ). Lo que me importa es que mi hijo sienta qué es eso del amor y entonces, bien porque comprenda lo bueno que es para él o bien por imitación, empiece a practicarlo. No me interesa tanto con qué intensidad ame, ni tampoco quiero medir si quiere más a mamá o a papá… de alguna manera eso iría contra la propia naturaleza del valor y lo pervertiría. Simplemente quiero que aprecie los beneficios de amar a los demás y que lo practique. Es algo que percibiré sin necesidad de cuantificar. Es algo que si tuviera que evaluar yo sabría si existe o no existe sin asociarle un número en una escala.
Pienso que cuando quieres inculcar un valor en una empresa es lo mismo. Tienes que hacer que la gente sienta y viva ese valor. Que lo honre con sus comportamientos (desde sus competencias). Para ello es clave que quién lo define (RRHH, la dirección) lideré con el ejemplo.
Porque es algo a priori intangible y además se define desde el sentimiento o desde la idea casi etérea, tiene sentido que si se quiere medir se haga desde la subjetividad (lo percibo o no lo percibo, lo siento o no).
Está claro que hay detalles o comportamientos que me permitirían cuantificarlos, incluso con bastante precisión si me valgo del Big Data como me apuntaban en un comentario en Twitter. Pero insisto que poner un sentimiento en una escala de alguna manera lo pervierte. Excepto si la escala es una distancia que va desde “La casa de Bob Esponja” hasta “El trineo de Papá Noel”, que es la medida máxima de amor según mi hijo.
En fin, no sé hasta qué punto es más una percepción personal que profesional, pero en estos tiempos en que queremos medir todo (yo, el primero), como responsable de la cultura de empresa nunca mediría los valores, más allá de lo binario, están o no están. Los buscaría, los reconocería, los premiaría pero siempre desde el criterio de las sensaciones, el mismo desde el que fueron creados. Identifiquémoslos, inculquémoslos, honrémoslos… pero no cosifiquemos y convirtamos en una norma de comparación algo que en esencia es bonito y etéreo. No necesitamos hacerlo…
Se nota y se siente si un valor está presente.
Gracias Jesús.
Algo me ha impulsado, no sé qué, a decir lo siguiente:
Podría parecer que cuantificar es una opción; permitidme que vaya más lejos y plantee la posibilidad de que cuantificar sea absurdo en todos los casos, sea, básicamente, una forma de control, de disciplina. La vida, me temo, no es cuantificable.
Gracias a ti por tu comentario. Bienvenido al blog y bienvenida tu reflexión.
entonces ¿como se miden los valores? o ¿como es que estos si se pueden medir?
Desde mi punto de vista, si se miden pierden su esencia. Pero si, por lo que sea, se quiere hacer, hay que hacer un paso previo de asociarlos a competencias, y éstas a comportamientos cuantificables.