Eran mis inicios como manager y durante la conversación de desarrollo con un miembro de mi grupo al preguntarle sobre sus aspiraciones me respondió con una contradicción. Por un lado me decía que tenía claro lo que le apetecería hacer en el futuro, algo fuera del actual equipo y dentro de la compañía, pero por otro lado me decía que prefería que definiéramos acciones para desarrollarse y crecer en su posición actual.
Inicialmente sorprendido le expuse con sinceridad que todo aquello me sonaba muy contradictorio y que qué motivos podría haber detrás de aquella petición.
La respuesta sólo escondía miedos poco o nada fundados: volver a ser nuevo en un equipo lo veía como algo negativo, temía que su apuesta fuera fallida y la empresa se desprendiera de la nueva tecnología en la que a él le gustaría trabajar, perder dinero en el cambio por tener menos guardias… En definitiva, quería quedarse en el equipo por la supuesta seguridad que le daba.
Dentro del clima de confianza que teníamos no pude evitar que me saliera un consejo demasiado coloquial:”Siempre hay que tratar de evitar ser doblemente gilipollas”