A veces me resulta inevitable sentirme como aquel niño de la campaña de captación de socios del Atlético de Madrid que desde el asiento de atrás de su coche metía el dedo en la llaga del conductor preguntando eso de “¿Papa, por qué somos del Atleti?”. Y es que desde que decidí cambiar mi carrera profesional al mundo de los RRHH cada vez que me encuentro con una persona a la que llevo varios años sin ver y se entera de mi reorientación me mira con la misma cara de incomprensión que la del hijo del anuncio y me hace la misma pregunta: ¿Por qué?
Y lo de la cara de incomprensión es en el mejor de los casos, en ocasiones es de decepción. Seamos sinceros, la imagen que nuestro colectivo se ha granjeado en el mundo exterior, unas veces más justificada y otras veces menos, no es precisamente la mejor. Sé que hay amigos míos que están deseando cogerme por el hombro con cariño y decirme aquello de “Tranquilo, de todo se sale”.