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Sin riesgo, no hay paraíso (innovación)

El pasado sábado tras una estupenda comida con un grupo de ex-compañeros de trabajo y, sin embargo, grandes amigos, decidimos a los postres ponernos, sin haber recurrido aún a la ayuda de las bebidas espirituosas más allá de un poco de vino, a resolver el mundo empresarial.

¿Por qué no se toman las decisiones que objetivamente parecen más adecuadas? ¿Por qué la mayoría de las empresas siguen utilizando procedimientos (y tecnología) cuya obsolescencia salta a la vista? ¿Por qué se perpetúan en el mismo puesto personas con mucho potencial? ¿Por qué lo raro es innovar?

Pues bien, llegamos a una conclusión que da respuesta a estas y otras muchas preguntas. Podría expresarla de muchos modos, pero creo que para ser fiel al debate que tuvimos, y para aportar claridad desde el principio, la trascribiré del modo coloquial en que lo reflejamos allí: A la hora de tomar las decisiones más importantes se antepone a los posibles beneficios para todos, la necesidad que tiene el que la toma de poner a salvo su propio culo.

 

Innovación

 

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Para dejar huella hay que meterse en los charcos

Supongo que no se puede evitar, la paternidad te recubre con una capa adicional de autoestima. Hay un ser diminuto que te mira con ojos expectantes tras cada pregunta y, con toda su inocencia e ingenuidad, te considera una fuente de sabiduría universal.

Tampoco se puede evitar sentirse una estafa cuando tras una trabajada explicación que satisfaría de largo la curiosidad de cualquier adulto formado tienes como respuesta un nuevo “¿por qué?” y una mirada de desconfianza.

Pero, a veces, sólo a veces, uno siente que está a la altura de las circunstancias. Siente que ha trasmitido a su hijo, uno de esos consejos que le alumbrarán en su camino por la vida. Me sucedió ayer. Aunque fuera por casualidad.

Charcos

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