Lo confieso, una de mis debilidades es tratar de refutar esas mentiras que a base de repetirse han acabado por convertirse en una creencia extendida. La tendencia del ser humano al aborregamiento es casi suicida, cuando nos sentimos arropados por una multitud (deportiva, religiosa, política y hasta vecinal) , empujados por la inercia de la masa, somos capaces de cometer tropelías que individualmente nunca nos habríamos llegado ni a plantear.
Vale, me estoy poniendo quizás demasiado trascendente para el tema que voy a tratar pero, por si el tono del artículo de esta semana no es bastante claro, advertiré de salida que me sacan de quicio esas personas que tras realizar en el trabajo una acción más que reprochable desde un punto de vista ético y moral, se justifican a sí mismos, con cierto orgullo y una loa mal disimulada hacia su competitividad con la siguiente excusa: “Yo al trabajo no vengo a hacer amigos”
Empecemos por una sencilla reducción al absurdo de esa afirmación que, más veces de las deseadas, es recibida con un palmeo en la espalda de aprobación por el entorno.
A ver, con comida y desplazamiento incluidos dedicamos al trabajo más del 50% del tiempo que pasamos despiertos. Es decir, redondeando, la mitad de nuestra vida. Reconocer que no vamos al trabajo a hacer amigos es como afirmar que no venimos a este mundo para relacionarnos con la gente, en otras palabras es reconocer públicamente que se es o asocial o anacoreta o egocéntrico o todas esas cosas al mismo tiempo, que, sin que sirva de precedente, y dejándome llevar por la inercia de la masa, resumiré en un solo concepto: gilipollas.
Después de este párrafo de reducción al absurdo y, en términos de coaching, ventilación, trataré de dar una explicación más razonada.
La amistad es una de las fórmulas más sencillas para aumentar la productividad de un equipo, puedo decir que los mejores equipos, los que mejores resultados han producido, de todos los que he formado parte en mi vida laboral estaban conformados por personas que se denominaban entre ellos y sin tapujos como amigos. La explicación es que uno de los valores más extendidos y apreciados es la amistad, y como he dicho en este blog en varias ocasiones cuando nuestros valores se respetan trabajamos más motivados.
No estoy diciendo que la amistad sea un fin único dentro del entorno laboral, pero desde luego si es un medio para el éxito, y no menos importante, para la felicidad en el trabajo. No es algo que se pueda inducir de manera externa o de manera impostada, debe surgir, y, desde luego, como casi todo en esta vida, que surja o no, dependerá en buena parte de la actitud del individuo pero también de las facilidades que proporcione el medio en el que se encuentra, es decir, la empresa.
Yo al trabajo sí voy a hacer amigos, porque inconscientemente e inevitablemente mi grado de implicación es mayor cuando me importa el bienestar de la persona que tengo a mi lado, porque creo que hacer una distinción entre trabajo y vida es un vicio peligroso y la raíz de muchos de los males que aquejan a esta sociedad, porque creo que buscar enemigos imaginarios dentro y fuera de una compañía es la mejor manera de crearlos, porque pienso que el único éxito que no deja sabor amargo es el éxito compartido y porque la colaboración es la única manera de supervivencia posible no ya como colectivo laboral sino como especie en este planeta.
Y bueno, restando de nuevo transcendencia y simplificando todo esto al día a día, porque me lo paso mejor cuando estoy entre amigos.
A aquellos que dicen que la amistad puede nublar la capacidad de decisión, les diré que en mi opinión el único sentimiento que puede conseguir ese efecto es el egocentrismo, cuando uno tiene claro que busca lo mejor para su entorno, no tiene miedo de tomar una decisión, por dura que pueda parecer para una persona concreta, porque lo hace bajo el convencimiento que reportará beneficios para todos a la larga.
En fin, que en el entorno laboral en particular y en la vida en general, las cosas se cocinan más fáciles si se espolvorean con un poquito de amistad. Como diría Roberto Carlos, el cantante no el lateral izquierdo, yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar.
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