Una vez más ha sido él, mi pequeñajo, que ya ha crecido y superado la altura que le permite subir a todas las atracciones de cualquier parque temático.
Ha sido él quien a través de su montaña rusa de emociones y miedos me brinda hoy la oportunidad de escribir sobre la realidad y el deseo, sobre comportarnos como seres singulares o como borregos, sobre mentirnos a nosotros mismos o ser sinceros.
Ha sido él, quién a través de sus emociones y sentimientos, me ha vuelto regalar una analogía para entender mejor las aspiraciones profesionales, la magia cautivadora de los ascensos, y, sobre todo, el vértigo.