Pensar es una esas actividades apetecibles que se practican mejor en posición horizontal. Quizás por eso este verano, sin que sirva de precedente, he estado pensando a ratos.
Incluso he llegado a sorprenderme a mí mismo por practicar esta actividad sin prisa, con pausa y con tranquilidad, he llegado a “metapensar”: pensando acerca de lo poco que pensamos de este modo ya.
Puede que aquí, alejado de las palmeras y de vuelta a nuestra jungla de asfalto, suene raro esto de “metapensar”, pero es lo que tiene darle al coco con un combinado de ídem en la mano.
Llega septiembre, suena el despertador, y a las 8 de la mañana se forma más barullo en casa que al paso de la charanga por el recinto de las fiestas del pueblo. Hay prisa por subirse a la rutina, la misma que tendremos cada uno de los próximos días. Duchas aceleradas, desayunos semisentados, revisión rápida de los bártulos para al cole (¿otra vez se nos ha olvidado comprar fruta para echarle de desayuno?), nos ponemos cada uno nuestro traje de faena, y tras abrir la puerta del piso cada uno se mete en su rueda de hámster. Una rueda que no para hasta llegar por la noche a la cama… o hasta el fin de semana, donde normalmente nos montamos en otras ruedas, quizás un poco mejor acondicionadas.
“Rodar y rodar”, que decía la canción. Si lo llevamos a términos puramente laborales, entregar y entregar. Una tarea, la respuesta al enésimo correo del día, una llamada de Teams no programada… “No pares, sigue, sigue”, que decía otra canción, un poco menos sofisticada pero igualmente icónica.
Nos hemos vuelto más ágiles en los últimos tiempos, pero tengo la impresión de que alguien olvidó poner una columna “To think” antes de la columna “To do” en el tablero Kanban.
Y claro, ahora pensar está mal visto. “Si está pensando es porque le sobra el tiempo”, es el mantra preferido de los hámsteres inasequibles al desaliento. Los que practican la resistencia con el pensamiento activo se ven obligados a hacerlo en la clandestinidad. Cómo estará la cosa de mal que la gente se encierra en el baño de la oficina y prefiere decir que está cagando a decir que está pensando. Los intestinos revueltos despiertan más empatía que las neuronas activas.
En alguna ocasión me he sentido delatado por el amarillo del estado del Teams mientras, amparado por la soledad (y el silencio) del teletrabajo, me dejaba arrastras por mis pensamientos. Sí, lo confieso, me he sentido culpable por pensar, a pesar de tener mis neuronas buscando una solución a un entuerto laboral. Estoy (estamos) fatal.
No tengo pruebas ni tampoco dudas de que en la sociedad actual entregar mal y rápido está mejor visto que pensar bien y lento. Cuando hace tiempo me contaron que la velocidad es un término relativo, supongo que se referían a esto.
Si estás dispuesto a pensar tienes que asumir que vas a dejar de entregar, y que eso conlleva un riesgo. Se valora solo lo tangible. Una entrega inacabada puede ser vendida como prototipo o un borrador, una reflexión sin concretar se etiqueta solamente como tiempo perdido, como si a las neuronas no les viniese bien hacer gimnasia.
En algún momento que no sabría identificar, el arte de pensar se convirtió en un enemigo para la entrega. Si Descartes dijera en una oficina aquello de “pienso, luego existo”, le dirían que existiera un poco menos y entregara un poco más. Dicen las malas lenguas, que ya hay hasta filósofos que en lugar de elaborar teorías prefieren vender al peso postulados en formato haiku… y así nos va.
Por eso, ahora que con septiembre llegan los nuevos propósitos, me he propuesto, entre otras cosas, apuntar al gimnasio a mis neuronas, y si es posible, aunque sea ir a contracorriente, acudir durante el horario laboral. Por intentarlo no va a quedar.
think by Adrien Coquet from Noun Project (CC BY 3.0)