Cuando hablamos de liderazgo solemos ponernos trascendentales, el tema invita a ello. Los seres humanos tenemos tendencia a tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio, con lo cual, si encima ponemos un pedestal de por medio, es fácil caer en la tentación de usar un tono engolado y adentrar el debate por veredas casi metafísicas.
Es cierto que un gran líder puede poseer virtudes casi paranormales: intuición, empatía, autoconocimiento, sentido común… pero para poder ejercer ese liderazgo tiene que empezar por lo más básico: tragar saliva.