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¿Sabes quién eres?

Admito que cuanto más me conozco menos sé quién soy. Nos hemos montado un mundo en el que cada vez resulta más complejo encontrarse a uno mismo. Rodeados de inercias, prisas, identidades laborales impostadas, creencias sociales heredadas, “quieros” y no “puedos”, y “puedos” que, por lo que sea, no acabas de querer… cada vez cuesta más localizar al Wally que mora en tu interior, por mucho que intente llamar tu atención con su conjunto de rayas rojas y blancas.

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¿La nueva incertidumbre?

Dice la gente de campo que este septiembre traerá una gran cosecha de incertidumbres. No me extraña, porque está siendo el 2020 un buen año para sembrar dudas.

Las incertidumbres, como las legumbres, hay a quien le encantan y le caen muy bien, y hay a quien le provocan nauseas, gases, y, sobre todo, miedos. Acerca de lo que no hay duda es que las incertidumbres, como las legumbres, tienen un alto contenido en nutrientes.

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La nueva fragilidad

Todos nos creemos inmortales hasta que se demuestra lo contrario. Sí, sabemos que la muerte está ahí, pero mientras la salud o las fuerzas nos respetan no solemos contar con ella como una posibilidad a corto plazo.

Cierta vez leí (lamento no recordar al autor/a) que la vida es una enfermedad terminal que contraemos al nacer. Siempre lo he considerado una interesante perspectiva, aunque difícil de interiorizar, no sé bien si por instinto de supervivencia o por salud mental.

Sin embargo, llegó el coronavirus y puso las ideas preconcebidas del revés. En algunos casos removió conciencias, perspectivas, creencias… y mató a la inmortalidad. Y nació la nueva fragilidad.

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Afilando la sierra en tiempos de covid

Más allá de alguna debilidad cinematográfica, con los McFly de protagonistas, nunca me he sentido especialmente atraído por viajar al futuro. Prefería seguir los consejos del profesor Keating, carpe diem, disfruta el presente. Y hasta ahora esta filosofía de vida me había ido bien.

El dichoso coronavirus también ha estropeado esto.

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La teoría de relativizar

Relativizar, sí, el titulo está bien. En el campo de la física ya se encargó Einstein de enunciar su teoría de la relatividad cambiando lo que era hasta entonces el concepto de gravedad.

En la vida real, somos cada uno de nosotros los que podemos relativizar, y la gravedad (en un sentido más prosaico) de las cosas también se puede ver alterada.

Nada suele ser tan grave como pensamos si somos capaces de dar un paso atrás y mirarlo con una perspectiva más amplia.

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El Agile Coach de los Reyes Magos

Cuando los Reyes Magos vinieron a contratarme como Agile Coach, hace unos siglos, reconozco tuve sensaciones encontradas, por un lado lo consideraba un honor y además un reto a nivel profesional, pero por otro lado tenía que ser sincero conmigo mismo: aquello era un marrón de proporciones bíblicas.

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Educar en la gestión de la incertidumbre

Cuando pienso en el futuro laboral de mi hijo de 6 años, me resulta complicado adivinar qué opciones tendrá en el mercado en 15 o 20 años.

Espero que me deje poner mi experiencia como orientador a su servicio para ayudarle a dirimir las primeras incógnitas: ¿qué es lo que más le gusta? ¿Qué actividad está más alineada con sus valores?

Eso será un buen punto de partida para comenzar su andadura profesional, pero a partir de ahí, de entre las herramientas / competencias que le harán más confortable ese viaje, surge una que se me antoja imprescindible: la gestión de la incertidumbre.

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La paciencia es la madre… de los cambios culturales

A la hora de pensar en el cambio, hay que tener en cuenta que las personas somos unos seres complejos, enrevesados, y contradictorios. Nada que haya que lamentar, para bien y para mal, nuestro cerebro tiene un funcionamiento harto complicado.

Así, nos encontramos que la mayoría de los seres humanos muestran inicialmente un rechazo al cambio, el cerebro se siente seguro en entorno conocido, así que esgrimimos cualquier excusa para demorarlo hasta el infinito y más allá.

Eso sí, una vez se alinean los planetas de forma correcta, y estamos convencidos y motivados (intrínseca o extrínsecamente) para cambiar, resulta que no podemos esperar. El cambio tiene que ser para ya.

Pues, “lo bueno se hace esperar”, que decía tu abuela. Y era una mujer muy sabía.

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La mala suerte

Hoy me dijeron que tuve mala suerte, y mientras asentía con la cabeza, con las tripas me rebelaba.

Nunca he creído en la mala suerte, aunque en múltiples ocasiones me he visto tentado a adoptarla. Como el ateo que reza cuando se acerca la muerte. En los malos momentos cualquier refugio parece bueno para el alma.

La mala suerte es un recurso baldío. Un terreno estéril. Ese amigo peligroso que tu madre te dice que no te va a traer nada bueno.

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Querer y poder

El efecto secundario negativo de tener un padre al que le gusta el coaching es que a veces está uno tan cegado con insuflar autoconfianza a su hijo, que no ve la realidad que tiene delante de sus ojos.

Querer y poder no es un nuevo culebrón para la sobremesa, es una anécdota real con mi hijo de protagonista. Sí, me estoy volviendo una especie de abuelo cebolleta versión padre, ya lo sabéis.

El otro día mi hijo tenía que subir un tramo de escaleras con su bicicleta y me pidió ayuda, a lo que yo le dije que ya era lo suficiente mayor para intentarlo él solo. Obviamente porque pretendía que reforzara su autoconfianza consiguiendo hacer algo que él inicialmente pensaba que no podía. Así que tras refunfuñar un poco y, sobre todo, tras deducir por mi lenguaje corporal que no iba a mover un dedo, decidió ponerse manos a la obra. Con algunas dificultades, y con muchos sudores bajo su casco ciclista modelo Hormiga Atómica, consiguió superar aquel tramo.

Ahí fue cuando yo le dije la manida (y enervante) frase de “¿ves?, si quieres, puedes”, a lo que él contesto muy enfadado: No me digas que puedo, papá

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