No me gustan los zascas. Por no ser tan tajante, diré que en un entorno de amigos quizás puedan servir para echarse unas risas. Fuera de ahí, comienzan a ser una lacra.
El zasca, para quién haya vivido aislado de las redes sociales y el mundo en general en los últimos años, es en teoría una réplica (verbal) ingeniosa que deja a tu interlocutor mudo, y en evidencia y, si es posible, al borde de querer cortarse las venas.
Los zascas buscan cada vez más reforzar el ego de quién lo emite o directamente hacer daño al que lo recibe, y por ahí mi relación con ellos se ha ido desencantando.