Probablemente no lo veas escrito en ningún papel con el logo de la empresa, pero es un hecho que para muchas de las grandes compañías la edad es un factor clave a la hora de determinar el potencial de un empleado.
Sucede, de manera bastante extendida, que a la hora de apostar su dinero en una carrera, muchas empresas ven en un empleado situado en el primer lustro de los 30, un purasangre ganador, en el que está situado en el segundo, una caballo resabiado con alguna posibilidad, y en el que pasa de los 40, un jamelgo al que mejor colocar bajo el culo de un picador.
Vale, me habéis pillado, los 40 no me pillan lejos, pero no los vuelvo a cumplir hasta que me compre un Delorean con condensador de fluzo o hasta que mi avión de Sidney a Los Ángeles caiga en una isla con propiedades magnéticas que me permitan romper el continuo espacio-tiempo. Pero esto no es una reivindicación de cuarentón, ese no es el quid de la cuestión, el quid, como casi siempre, está en la motivación.