Sentimientos encontrados. Cuantos más años acumula el blog más motivos hay para celebrarlo, pero a la vez siento que el conmemorarlo escribiendo un post recopilatorio podría ser un acto repetitivo y nada justo para el lector habitual.
Así que hoy para celebrarlo no hablaré directamente del blog con suelo hacer, hablaré de los cumpleaños.
Sándwiches de Nocilla, diversión teñida de naranja, o sea, ganchitos mojados en Fanta; y, sobre todo, Sugus repartidos en clase de forma arbitraria para que los de fresa cayeran sobre el pupitre de los mejores amigos. Esos son algunos de los recuerdos que me retrotraen a mis primeros cumpleaños.
Niños con mascarillas apagando las velas con el aire de sus palmas, combinaciones cromáticas de aperitivos libres de alérgenos, y, por supuesto, la omnipresente Nocilla de nuevo. Esos son algunos de los recuerdos que me retrotraen a los últimos cumpleaños vividos.
Además de la leche, el cacao, las avellanas y el azúcar combinadas en mágica armonía, hay otra constante que ha permanecido a lo largo de los años: los aniversarios como punto de inflexión. Antes de la llegada del mundo agile, ya tratábamos a los cumpleaños como el final de un sprint vital: con su revisión, su retrospectiva, y su reflexión sobre el nuevo incremento. No hay nadie que no quiera progresar, ni mejor momento para plantearte cómo que al soplar (o apagar de cualquier forma surrealista libre de aerosoles) las velas.
Los cumpleaños te ponen frente al espejo y los errores pasados pesan más que las arrugas, y los sueños por cumplir lucen más que un flequillo bien peinado. Los aniversarios invitan a la acción, como los michelines invitan a la operación bikini meses antes del verano. Nunca es tarde para empezar, excepto cuando dejas de cumplir años.
Las fiestas sorpresa están bien, como lo están los regalos, especialmente los que atinan con tus gustos. Pero, lo que de verdad marca la diferencia, es lo que pasa después, cuando las velas se guardan en el cajón, y los deseos en el aire aterrizan sobre tus manos.
Los cumpleaños te sacan de la rueda de hámster que es nuestro día a día, especialmente en tiempos pandémicos, te rompen la inercia, y sólo por eso, merecen la pena. Que sí, que lo que le gusta a nuestro ego es que se acuerden de nosotros y ser el centro del mundo por unas horas, pero, insisto, lo que de verdad importa, viene después. Tras romper la inercia y hacer esa reflexión en lo alto de un nuevo punto de inflexión vital.
Algo tiene que pasar en el blog tras este sprint anual… aunque aún no tengo claro qué. Se me junta con un momento profesional que me demanda cada vez más tiempo, y una novedad literaria que me muero de ganas de poder presentar en breve, pero, el blog, por agradecimiento a vosotros, los lectores que me hacéis sentir en buena compañía, tiene que seguir encontrando su sitio… o evolucionar hacia un nuevo formato donde sigamos manteniendo el contacto.
Gracias por estar ahí, siete años nada menos, gracias por esa forma de amistad que es compartir los mismos temas de interés y un espacio humilde en la red. Se os quiere.
!Felicidades Jesús por estos siete años!. Gracias por tus aportaciones en las que nos haces reflexionar a la vez que nos arrancas una sonrisa… Lo de los bocadillos de nocilla son un clásico en los cumpleaños. Recuerdo cuando mi hijo cumplió 5 años y se me olvidaron. Hice de todo tipo de embutidos. Uno de los amigos de mi hijo me dijo “Qué cumpleaños es este sin bocadillos de nocilla” (me sentí la peor de las madres y desde entonces nunca se me olvidaron) jejejejeje.
Gracias una vez más, Celia! Sin duda, lectores como tú es lo que hace que valga la pena seguir escribiendo en el blog. Compartiendo artículos, y, sobre todo, compartiendo tus experiencias en los comentarios: un cumple sin Nocilla fue un error lamentable pero seguro que tu hijo ya te lo ha perdonado (no estoy seguro si sus amigos también jajaja
Gracias Jesús. Tu sigue escribiendo que tendremos que celebrar los 25 años (cuando lleguen). Mi hijo y sus amigos todavía recuerdan el despiste ¿Puedes creerlo?.