Tras unas primeras vacaciones en las que dejé que pesara mi condición de autónomo, me encuentro ahora en una semana de desconexión total o, más bien, casi… a las pruebas, este post, me remito.
En realidad me he propuesto tomar vacaciones de mi perfil de Twitter, de mi perfil de LinkedIn, de mis preocupaciones laborales, de casi todo… hasta encontrar un ratito para quedarme a solas con el hombre que siempre va conmigo, que diría Machado. Y no me está saliendo muy mal de momento.
Es que creo que si para algo deberían servir las vacaciones es para encontrarnos con nosotros mismos. El tren de vida que llevamos normalmente no tiene más parada que el sueño reparador (en algunos casos ni eso) de la noche. Nos cuesta apearnos de nuestras cotidianidades, nadie dice que sea fácil, pero lo malo es que con independencia de nuestro nivel de consciencia sobre la vida, ella no se va a detener.
Por eso si se desea salir al encuentro de uno mismo conviene hacerlo llevando la menor cantidad de rutinas posibles a la espalda. Las rutinas son la fuerza centrífuga de la vida que nos impide parar de seguir dando vueltas una y otra vez a las mismas preocupaciones, y lo que es peor aún, con la misma perspectiva. Así que si somos capaces de despojarnos de unos cuantos hábitos cotidianos es posible que podamos vencer a esa fuerza centrífuga, dejar de dar vueltas y observar nuestra vida desde fuera del tambor de la lavadora donde solemos lavar nuestros trapos sucios…
En el mundo laboral, plagado de innecesarias reuniones en nuestro Outlook, las mejores decisiones se suelen tomar cuando somos capaces de encontrarnos con nosotros mismos. Esos momentos de reflexión tranquila pueder ser más importantes que la junta de cualquier comité de dirección.
Debería ser obligatorio, sin necesidad de coger vacaciones, encontrar este tiempo para uno mismo. Porque aunque suene paradójico esta es la única manera de dejar de ver el mundo con nuestro típico ombliguismo. Dedicarse tiempo a uno mismo es ser capaz de observarse con cierto desapego, mirar tus preocupaciones desde fuera, conseguir una perspectiva desde la que sacar una sonrisa mirando a ese problema que creías tan importante, darse cuenta del insignificante punto que somos en la grandeza del universo.
Y a lo mejor, posiblemente, te sorprenderás que cuando encuentras tiempo de pensar en ti mismo, es cuando más aprecias los momentos que pasas con los que más te importan.
Pasar tiempo con uno mismo, no es necesariamente pasar todo ese tiempo en soledad, sino más bien con todos aquellos que conforman tu esencia.
Así que si la rutina os atrapa y la inercia guía vuestras acciones, buscad esas fechas futuras marcadas en el calendario y no olvidéis cerrar en vuestras próximas vacaciones una cita con vosotros mismos… con una alarma recurrente en Outlook.
Y paro ya, que no es que me quiera poner transcendental (aunque no lo parezca), simplemente trataba encontrar un hueco en esta semana de desconexión para dedicarlo a algo que con plena consciencia ahora sé que forma parte de mi esencia… el placer de escribir.
También, para qué vamos a negarlo, desde la clarividencia del relax, tengo la certeza de que estas elucubraciones escritas tienen una segunda intención para mí importante: La de cumplir con el compromiso del post semanal de mi blog… porque sin darme cuenta, esta bitácora y todos los seres (mayoritariamente humanos) con los que me relaciono gracias a él forman también parte de mi esencia.
No me tengáis en cuenta la ausencia