Ay, las tradiciones, esa forma indirecta de educar. Ese modo de inculcar coordenadas inamovibles en nuestros mapas mentales. Esa estrategia, normalmente involuntaria, para tergiversar palabras y conceptos… como la humildad.
Estamos en Semana Santa, época particularmente representativa en lo que al mundo de las tradiciones se refiere. Aquí los cofrades utilizan capillo porque parece ser que el sacrificio debe ser anónimo. No voy a cuestionar esto, no quiero meterme a opinar en terrenos ajenos. Pero una cosa si tengo clara, que no te engañen, en tu vida laboral no debes ser un nazareno.
Humildad y modestia son dos de los valores que más aprecio, pero humilde no es invisible. Basta ya de escudarse en las tradiciones o en la sabiduría popular para hacernos creer que el buen paño en el arca se vende. Que vale, que sí, que lo mismo se vende… pero más aún se vendería si en lugar de tenerlo encerrado lo tuviésemos en un mostrador.
Cada cosa en su justa medida y en su punto exacto, aquel donde Aristóteles situó la virtud.
La humildad es digna de alabanza, pero una actitud innecesariamente abnegada carece de sentido en el mundo laboral. Trabajar duramente en la sombra está muy bien, pero si no decides sacar a la luz ese esfuerzo que luego no te extrañe que los demás no lo aprecien.
Las cosas buenas que haces nunca son tan obvias como lo parecen desde tu punto de vista, y si tú no eres el primer embajador de tus logros difícilmente podrás exigir que alguien lo sea por ti. Que sí, que sería muy bonito que la gente supiera valorar tu esfuerzo, pero si no haces nada por mostrárselo, luego no te enfades si pasa desapercibido.
En cualquier época, pero más aún ahora, donde las redes sociales son escaparates, tan importante como saber hacer las cosas bien, es saber comunicarlas, saber hacerlas llegar al resto del mundo. No se trata de vanagloriarse ni de vender motos, se trata de dar al césar lo que es del césar.
Saber ser sociable, ser un chocamanos, es una habilidad tan digna de admirar como cualquier otra. Ni más ni menos.
La timidez, tiene su punto atractivo en algunas personas, pero desde el punto de vista laboral, cuando existe, va a ser un área de mejora. La modestia es bienvenida para vestir al “yo” de “nosotros” y destacar el trabajo en equipo por encima del individual. Sin embargo, cuando la modestia es falsa o cuando se muestra en exceso hasta tal punto que te acerca a la invisibilidad, merece la pena darle una vuelta al enfoque. Así no sirve “pá ná”.
Los nazarenos están bien para la Semana Santa, pero no para la oficina. En el trabajo el anonimato no es una señal de respeto, ni siquiera un sacrificio destacable. Es simplemente una oportunidad perdida de poner nuestra labor en valor.
A mí, creo que como a gran parte de los de mi generación, me inculcaron los valores de esfuerzo y humildad, y estoy agradecido por ello. Pero quizás, por activa o por pasiva, se dejaron en el tintero otros valores que tiene que ver con la venta personal.
Por eso es el momento de desaprender, de quitarse el capillo y con él la vergüenza de mostrar al mundo lo que uno es capaz de hacer.
Es la hora de sacar en procesión tus logros y tus habilidades. Es tiempo de tocar trompetas y tambores, haciendo música y no sólo haciendo ruido. Es hora de mostrar tu pasión… por lo que haces.
Humildad no es invisibilidad. Si no te dejas ver, luego no vengas con lamentos en forma de saeta porque no se te valora.