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Redes sociales corporativas: El secreto está en la masa… encefálica.

Dicen que de los errores se aprende, pues bien, si el dicho es cierto se puede decir que yo tengo un máster en redes sociales corporativas por la universidad del error.

Uno de los proyectos profesionales de los que me siento más orgulloso en cuanto al entregable final, y  menos satisfecho en cuanto al éxito en la posterior implantación, es la red social para el desarrollo y formación de managers en el que trabajé hace más de un año.

A posteriori tengo claro que en algún lugar de nuestro “Project plan” debería haber habido un apartado de gestión de la resistencia al cambio.

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En la mayoría de los casos que conozco, y en los últimos años he visto unos cuantos, cuando las empresas apuestan por introducir una red social en su entorno lo hacen  por “estar a la última”, porque hay que estar ahí metido, por probar y a ver por dónde sale el sol.  No digo que no sean apuestas serias, y por tanto con importantes inversiones de por medio,  pero falta determinación. Aunque esa falta de determinación no es más que el síntoma de un temor a lo desconocido y, a veces, incluso la punta de un iceberg de prejuicios, la mayor parte de los cuales, injustificados. Como por ejemplo:

-          Las redes sociales añaden complejidad tecnológica: Podría decir muchas cosas para derribar este prejuicio, pero creo que será más potente que todas las explicaciones que pudiera dar, un ejemplo personal. Presento ante el juez la prueba M de la defensa: Mi madre. Ella, que suspendió reiteradamente mis (esmerados) cursos de introducción al envío de SMS, que se negaba a aprender a mandar emails porque “eso son cosas para jóvenes”, ahora me manda presentaciones en Powerpoint (de dudosa estética y  ñoña literatura) a través de Whatsapp y aprendió prácticamente de manera intuitiva. No más preguntas, señoría. Las redes sociales simplifican, no añaden complejidad.

-          Las redes sociales sirven para perder el tiempo: Y yo añado también sirve para perder el tiempo, el correo, internet, una cuenta mal hecha en un cuaderno y una llamada de teléfono alargada con temas banales.  Las únicas que tienen la capacidad de perder el tiempo son las personas, no las herramientas tecnológicas. De hecho, bien utilizadas, las redes sociales, optimizan el trabajo porque la velocidad con la que crece la transmisión de la información es exponencial con respecto a la de cualquier otro medio anterior.

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 Me gustaría ahondar en las buenas prácticas que podrían garantizar un buen resultado en la implantación de las redes sociales corporativas, pero lo dejaré para otro post. Por no alargarme, voy a centrarme en tres puntos imprescindibles que hay que considerar a la hora de apostar por ellas:

1-      Las redes sociales son una apuesta por la compartición libre de información, por la confianza en los empleados, por la transparencia. Cuanta más información tratemos de restringir más nadaremos a contracorriente en este mundo, y más fácil será que no alcancemos la orilla.

2-      Las redes sociales deben reemplazar al modelo anterior de comunicación  a medio plazo. Si la red social añade pero no sustituye facilitaremos las cosas a aquellos con mayor resistencia al cambio. Además, no nos engañemos, los días del email están contados, no le tengáis tanto cariño.

3-      La llegada de las redes sociales es inevitable. Basta con pensar que la mayoría de los que serán CEO dentro de diez años es posible que aún no hayan enviado un email en su vida… y pocos enviarán. Las nuevas generaciones han nacido viajando por las redes sociales. No pretendas decirle a alguien que ha nacido pilotando un Ferrari que se acostumbre a pilotar un dos caballos. Eso no sucederá.

En definitiva, la conclusión a la que pretendía llegar es que es un error (que yo cometí) centrar el discurso (y la acción) en la parte tecnológica en lugar de poner los esfuerzos iniciales  en mentalizar y racionalizar los (muchos) motivos para optar por este cambio.

Como siempre las personas están por encima de la herramienta.

Jesús Garzás

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