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Discrepar mal: Cuando el que calla no otorga

Discrepar está bien, sobre todo cuando se escucha al de enfrente. Es un ejercicio sano, nos hace crecer, nos abre la mente, y nos debería ayudar a conocer la perspectiva de los demás. Sin embargo, el objetivo de todo debate o discusión es alcanzar un punto de acuerdo o cuando menos una decisión a la cual guardar lealtad. Y aunque esta última palabra suene a antigua, es la clave.

Porque discrepar a posteriori, una vez cerrado un debate, ya no aporta nada positivo. Es un recurso fácil que alguno puede intentar barnizar de autenticidad, cuando en realidad es una muestra de inseguridad, cobardía, o necesidad de atención. Es una acción que resquebraja el consenso y que pone a los pies de los caballos cualquier decisión tomada. Es una pataleta que no suele aportar nada.

Discrepar

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Tengo la razón, no tengo nada

Nos encanta tener la razón. A mí el primero. Probablemente, junto al dinero, una de las posesiones más inútiles y que generan más conflictos.

Tengo la razón, me lo han reconocido, me han dado el premio. Y estoy tan exultante que ni siquiera me doy cuenta que, por el camino de satisfacer mi ego, he generado tensiones, he herido sensibilidades, he cerrado la puerta a nuevos puntos de vista y he perdido afectos.

Tengo razón no tengo nada

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