Me encanta aprender y descubrir nuevas cosas, por eso a lo largo de mi vida profesional siempre que he asistido a cualquier tipo de formación lo he hecho con la mejor predisposición, lo cual no ha impedido que unos cuantos cursos hayan pasado por mi vida cual rastrojo por película del oeste, sin pena ni gloria, y sin más misión que formar parte del atrezzo de mi hoja curricular.
Otros, la mayoría, me han enseñado nuevas técnicas que durante las semanas posteriores he tratado de poner en práctica con una férrea disciplina que con el tiempo han acabado disolviéndose cual Couldina en vaso de agua dejando un pequeño poso en forma de buenos hábitos adquiridos que han contribuido a una mejora personal. Eso lo considero un dinero y un tiempo bien invertidos.
A veces, no muchas veces, sucede algo que hace que un curso merezca la pena al instante: escuchas algo que activa algún resorte mental y te cambia la manera de mirar al mundo para siempre. Es la magia de escuchar verbalizado algo que en tu fuero interno sabías sin saber. Eso me pasó a mí durante un recomendable ciclo de formación a mandos intermedios de Otto Walter cuando nos hablaron acerca de una herramienta: Controlar para felicitar.
Era tan evidente, lo había tenido tanto tiempo delante de mis ojos que no sabía cómo no podía haberme dado cuenta antes. Bueno, sí, sospecho que como para muchos otros la palabra “controlar” llevaba inconscientemente asociada una connotación negativa. Se controla a los malos , no a los buenos. Lo hace el FBI, lo hace nuestra policía, lo hacen nuestros profesores y claro, si te nombran manager, tú también lo haces. Como muchas veces digo, son los peligros de la inercia y dejarse llevar por creencias extendidas sin cuestionarlas.
Controlar para corregir además no suele servir para prevenir, sino más bien para recoger pruebas que muestren quién cometió un error. Es decir, centra nuestras energías en encontrar culpables en lugar de buscar soluciones. Desde un punto de vista de gestión de la motivación no veo ningún manera de influenciarla positivamente con este tipo de control, porque si sobre algo atenta es sobre la confianza, la base de una relación fructífera y duradera.
Sin embargo cuando el foco del control se pone sobre lo positivo normalmente implicará una mejor gestión de la motivación. No conozco a nadie a quién no le guste que le digan que ha hecho algo bien, incluso lo más simple. Si por ejemplo en un entorno de reuniones impuntuales te reconocen que eres un crack de la puntualidad, aparte de la tranquilidad interior que a ti te suponía estar siempre a tiempo comenzarás a sentir el deleite de que eso es apreciado por los demás, y cada cita no será ya sólo una ocasión de quedar bien contigo mismo sino con el mundo. Si por el contrario nadie a tu alrededor lo aprecia, no será raro que con el tiempo acabes dejándote llevar por la tendencia general.
Lo resumió muy bien el cubano José Martí: “El elogio oportuno fomenta el mérito, y la falta de elogio lo desanima”.
Adoramos que nos digan lo que hacemos bien. A todo el mundo le encanta recibir un refuerzo positivo. Incluso si parecemos reticentes al halago o nos mostramos avergonzados, en el fondo nos resulta difícil no disfrutarlo y agradecerlo. Parafrasearé de nuevo, esta vez a Tagore: “Me avergüenza la alabanza porque me satisface en secreto”
Bueno, pues esto que me parece tan evidente tras la revelación de aquel curso, hasta entonces no lo practicaba como jefe por culpa de creencias interiorizadas del tipo “él/ella ya es consciente de que lo ha hecho bien no necesita que yo se lo diga” o “el único elogio que necesita es una buena evaluación de desempeño y un incremento salarial acorde”…. Y sí la satisfacción personal está bien, pero en una relación laboral la opinión del jefe siempre importa. Y desde luego que es básico dar una buena evaluación de desempeño a quien lo merece… pero esto sucede una vez al año…. ¿Cómo se gestiona entonces la motivación durante el resto del tiempo?
Por todo esto me pareció tan importante aquella revelación.
Tengo que reconocer que aunque intenté ponerlo en práctica desde el primer momento, seguramente no lo hice con la soltura o efectividad que hubiera deseado. Cuesta adquirir nuevos hábitos, y más aún cuando has estado gestionando al mismo equipo durante unos cuantos años y has adquirido una serie de prejuicios positivos o negativos que condicionan tu observación.
Pero de pronto la vida te da un importante proyecto donde poder aplicar los conocimientos adquiridos partiendo de cero, En mi caso, hablo del proyecto más relevante que se puede tener: la paternidad.
Controlar para felicitar es una herramienta básica para la gestión de este maravilloso proyecto. Porque ese es exactamente el tipo de control que necesita tu hijo para dar con confianza (otra vez la palabra clave) sus primeros pasos por el mundo, de modo literal y metafórico.
Con él se hace más patente algo que en la relación jerárquica de empresa también existe pero que se intenta disimular. El bebé hace explícito lo que en la oficina sucede de forma tácita: busca tu aprobación casi en cada cosa que haces, y cuando la obtiene no sólo te lo agradece con su sonrisa o un brillo especial con sus ojos, sino que a partir de entonces buscará ávidamente una nueva ocasión para repetir el comportamiento alabado e incluso demandará su merecida recompensa. Por eso se hace tan básico “Controlar para felicitar”, porque si estabas mirando al móvil en lugar de mirándole a él habrás perdido una magnífica ocasión de reforzar su confianza.
Habrá quien alegue que no tiene nada que ver una adulto con un bebé, pero si he querido traer esto hoy a este blog profesional (para hablar de mi enano ya tengo otro) es porque creo que muchas veces nuestros pequeños son los perfectos maestros para enseñarnos acerca de la esencia del comportamiento humano, esa que comienza a desvirtuarse al comenzar a pasar por los innumerables filtros de creencias limitantes pero que nunca acaba perdiéndose del todo.
Así que haz lo que quieras, pero hagas lo que hagas, halaga.
Hola Jesús:
cuanta razón llevas y como me veo reflejada en tu descripción con Miguel. Nuestros pequeños nos buscan constamente, pero las nuevas tecnologías hacen que a veces prestemos más atención al móvil, situación que Celia detesta y se lanza hacia mí, para o bien quitarme el movil y ponerlo en la mesa, o bien para ordenarme que lo suelte y juegue con ella al balón. ¡¡Pero qué sabios son los niños !!!
Un abrazote.
Muchas gracias por leernos, Trini! Y sí, nuestros hijos pueden ser unos grandes maestros si estamos dispuestos a ver lo que quieren enseñarnos (yo también miro el móvil y el ordenador en exceso)