Desgraciadamente el tema de la falta de culpa ha estado muy de moda esta semana. Pero como aquí lo que se trata es de hablar de liderazgo y desarrollo no voy a coger como ejemplo ninguno de los casos que nos ha dado la actualidad para no desviar el foco. Sí diré que la resistencia patológica a asumir responsabilidades y reconocer fallos se extiende entre nuestros “líderes” políticos mucho más rápido que el ébola y, además, es una enfermedad más peligrosa para nuestra sociedad que el virus africano.
Desconfío de los líderes que nunca se equivocan y que sitúan por norma la culpa en el campo de los demás, porque hay algo que tengo muy claro: si no formas parte del problema difícilmente vas a poder ser parte activa en la solución.
Reconocer la culpa en parte o en su totalidad, por acción o por omisión, lejos de ser considerado un signo de debilidad debería ser apreciado como una señal de poder, porque lleva implícito que se sabe lo que se debe hacer para mejorar y, lo más importante, que hacerlo depende uno de mismo.
Como no quiero politizar el tema, sería demasiado fácil, pero sí quiero polemizar para avivar el debate voy a buscar un ejemplo en un líder futbolístico: Mourinho. El entrenador portugués es de los que parece tener aversión patológica a reconocer errores, cada vez que uno de sus equipos encaja una derrota es fácil escucharle rajando contra la FIFA, la federación de turno, los partidos de selección de sus jugadores, el estado del terreno de juego y, sobre todo, contra el árbitro. Tomando el último caso, hay un mensaje implícito que está mandando a su equipo: “da igual que ataquemos con más orden, da igual que nos coordinemos más en defensa, da igual que entrenemos más fuerte… si el árbitro quiere, vamos a perder”. Les está diciendo: “cambiar el resultado no depende de vosotros”.
Incluso cediendo a sus paranoias y dando validez que un árbitro pueda actuar deliberadamente en contra de su equipo, la manera en que se expresa o asume una parte de culpa puede determinar la reacción en nuestro equipo. No es lo mismo decir “hemos perdido por el árbitro” que “sabiendo que el árbitro no estaba de nuestro lado hemos sido muy ingenuos en las jugadas dentro del área” o “sabiendo que tenemos factores externos en contra debemos jugar aún mejor para solventar esos obstáculos”. La diferencia para mí es abismal. Aquí el mensaje es: “cambiar el resultado depende de nosotros”
Cuando asumimos la culpa en parte o incluso en la totalidad, asumimos también el control, la capacidad de reacción… la responsabilidad. El líder sin culpa induce a la pasividad, el líder con culpa empuja al cambio. Un líder sin culpa o es un ser humano perfecto o una influencia negativa para su equipo… y los seres humanos perfectos hace tiempo que dejaron de fabricarse.
Por eso cuando algo falla o cuando un resultado está por debajo de lo esperado, y teniendo en cuenta que lo que hemos dejado de hacer debe analizarse con la misma profundidad que lo que hemos hecho, es muy importante encontrar nuestra parte de culpa para comenzar a impulsar el cambio.
Desde ahí, desde la culpa, deberían llegar primero, su propio nombre lo indica, la disculpa, ejercicio de humildad recomendable, y después la acción que nos conduzca a la solución. Porque si un líder tiene la consciencia de la culpa y se queda en la disculpa pero es incapaz de aportar una solución sólo le quedaría una salida muy poco vista por estos lares, la dimisión. Que, dicho sea de paso, a veces es la mejor acción para comenzar la solución de los problemas.
Por otro lado un líder que nos es capaz de encontrar su parte de responsabilidad, difícilmente podrá encontrar la solución y mucho menos tomar la acción de la dimisión. En este caso, la acción la deberán tomar otros, con su cese.
En resumen, líderes del mundo, por acción o por omisión, comenzad a buscar vuestra culpa para alcanzar un mañana mejor.