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Se habla muy poco de esta virtud de las redes sociales

Las redes sociales han cambiado el modo en el que nos relacionamos con los demás. Es un hecho. Se pueden ensalzar o se pueden demonizar pero que hay un antes y un después es algo que difícilmente se puede cuestionar.

Yo podría hablar hoy (de hecho otro día lo haré) de cómo esto afecta a las empresas, tanto a las que lo ven como a las que no quieren verlo, pero como seguimos de periodo estival y el cuerpo me pide desligarme un poco de lo puramente laboral, voy a ir un poco más allá y escribiré sobre cómo afecta a las personas.

En concreto, hablaré de lo que es para mí la gran virtud de las redes sociales: Poder decir cosas buenas fácilmente.

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Siempre he pensado que el mundo sería mejor si dijéramos en alto las cosas buenas que pensamos de los demás. Todas. Sin excepción. De manera automática, sin posibilidad de anulación. Que existiera una función cerebral que convirtiera en palabra todo pensamiento positivo acerca de la persona que tenemos delante.

Desafortunadamente no funcionamos así. Vergüenza, timidez, temor al malentendido, pereza bondadosa, velado pesimismo, complejo de debilidad… son algunos de nuestros variados enemigos. Nos cuesta menos explotar en lo malo que en lo bueno, blandimos más quejas que halagos, nos olvidamos a veces de lo maravilloso que es eso de sacar brillo a una mirada y de lo estupendo que te sientes cuando recibes un “gracias” sincero.

Hete aquí que llegaron las redes sociales, en concreto el Facebook, y, en mi opinión, lo más innovador y revolucionario que trajo consigo fue el botón de “Me gusta”. Podía no haberlo traído o podía haber traído además otro botón de “No me gusta”…. Pero no fue así y esta decisión ha influido al modelo de relación en las redes sociales para bien. El “Me gusta” es la manera que miles de tímidos y vergonzosos del mundo han encontrado para decir algo más que eso, sirve también para decir “me acuerdo de ti”, “pienso como tú”, “me alegro por ti”, “te echo de menos”, “me gustaría conocerte en persona”, “te aprecio”, “te admiro” y hasta “te quiero”.

Hay millones de motivos diferentes que se esconden tras un simple click, que por no costar no cuesta ni tiempo, y la mayoría, sino todos, esconden un sentimiento bueno. Porque hasta los que se hacen sin ganas en cierto modo dicen “quiero que te acuerdes de mí” y eso también es aprecio.

Con Facebook aprendimos lo fácil que es decir “Me gusta” y lo que en un determinado momento puede reconfortar que te lo digan a ti. Nos educó a tener ese foco positivo. Por eso cuando llegaron al Twitter fueron muchos los que empezaron a utilizar el FAV como un “Me gusta” y el RT como “Me gusta y quiero compartirlo con el mundo”. Lo mismo en LinkedIn con el “Recomendar”. Varían los nombres, pero no la intención: halagar. Incluso agradar.

Reconozco que, tímido como soy por naturaleza, en mis primeros pasos en las redes sociales era de los de dedo perezoso. Me decía a mí mismo: qué más da. Hasta que comprendí esto, y no hubo análisis costo-beneficio que pudiera negarme esta realidad.

Varias veces he debatido con amigos sobre la hipocresía o la imperiosa necesidad de estar presente de aquellos que ponen “Me gusta” a todo. Y con el tiempo he llegado a la conclusión de que, evidentemente, lo más importante es actuar en coherencia con lo que piensas, pero que a pesar de todo el problema no es esa persona que halaga de más sino los que halagan de menos, porque los buenos sentimientos que se quedan dentro no iluminan ojos.

Ah, un secreto, si quieres que unas pupilas reluzcan con más vatios, vence tu timidez y no te quedes en el “Me gusta”, atrévete con un comentario  ;-)

Jesús Garzás

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