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Pequeñas batallas, gran felicidad

Es tan fácil aprender de los demás cuando los miras y escuchas con plena curiosidad.

Hasta que no tuve un hijo no fui consciente de la veracidad de esta frase, quizás porque hasta entonces no sabía lo que era la curiosidad plena, no sabía lo que era contemplar a alguien sin un mínimo resquicio del ego alterando mi percepción. La mala noticia es que aquello me hizo descubrir que hasta ese momento había sido menos generoso de lo que pensaba, la buena es que me abrió los ojos con respecto a mi potencial y al de cualquier otra persona que es capaz de observar con puro interés a los demás.

¿A qué viene esta introducción? A que este verano mi hijo me ha enseñado a encontrar la felicidad ganando esas pequeñas batallas que estamos siempre tentados de evitar.

felicidad

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Yo al trabajo sí voy a hacer amigos.

Lo confieso, una de mis debilidades es tratar de refutar esas mentiras que a base de repetirse han acabado por convertirse en una creencia extendida. La tendencia del ser humano al aborregamiento es casi suicida, cuando nos sentimos arropados por una multitud (deportiva, religiosa, política y hasta vecinal) , empujados por la inercia de la masa, somos capaces de cometer tropelías que individualmente nunca nos habríamos llegado ni a plantear.

Vale, me estoy poniendo quizás demasiado trascendente para el tema que voy a tratar pero, por si el tono del artículo de esta semana no es bastante claro, advertiré de salida que me sacan de quicio esas personas que tras realizar en el trabajo una acción más que reprochable desde un punto de vista ético y moral, se justifican a sí mismos, con cierto orgullo y una loa mal disimulada hacia su competitividad con la siguiente excusa: “Yo al trabajo no vengo a hacer amigos”

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