Qué pereza da cambiar. Sobre todo si estás bien, pero, lo que resulta más curioso, también cuando estás mal. Esa mirada conformista que se echa uno al espejo antes de caminar entre terrenos llenos de incertidumbre, qué tramposa es. Unos ojos tristes, una sonrisa apagada, unos harapos pestilentes, una herida de arma blanca en el costado, y un señor de negro a tu lado con un dedo pringoso en alto a punto de administrarte la extremaunción… y, sin embargo, te recorres con la vista y te dices a ti mismo: “Pues no estoy tan mal”.
Alguien dijo que frases como “más vale lo malo conocido” eran sabiduría popular, y ahí la empezamos a cagar.