Paco era feliz y estaba agradecido con la vida. Sonreía al espejo cada mañana y pensaba en la suerte que tenía. Una mujer maravillosa, dos hijos divertidos y a la vez responsables, y un trabajo en el que se sentía realizado y bien remunerado. “Si esta es mi zona de confort, quiero quedarme a vivir aquí para siempre”, se decía.
Salir de la zona de confort, otra de esas dichosas modas, como regalar yogurteras en los 80, que no iba con él. Quizá tuviera sentido para alguien insatisfecho con su existencia, no era su caso.