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No es lo mismo zona de confort que zona de confort-mismo

Puede que la hayamos cagado con lo de la zona de confort, reconozcámoslo. La idea que hay detrás es buena, el concepto bien explicado es casi irrebatible, pero el nombre fue un bienintencionado error.

Hablar de la zona de confort invita al sarcasmo, la sorna, el chascarrillo; incluso produce el efecto contrario al que se busca. Yo habría alcanzado mi zona de confort económica si me hubieran dado un euro cada vez que he oído: ¿para qué quiero dejar mi zona de confort si me encuentro muy a gusto en ella?

zona de confort

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¿Y si estoy a gusto en mi zona de confort?

Paco era feliz y estaba agradecido con la vida. Sonreía al espejo cada mañana y pensaba en la suerte que tenía. Una mujer maravillosa, dos hijos divertidos y a la vez responsables, y un trabajo en el que se sentía realizado y bien remunerado. “Si esta es mi zona de confort, quiero quedarme a vivir aquí para siempre”, se decía.

Salir de la zona de confort, otra de esas dichosas modas, como regalar yogurteras en los 80, que no iba con él. Quizá tuviera sentido para alguien insatisfecho con su existencia, no era su caso.

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La vocación tardía

No hay tal cosa como la vocación tardía. La vocación, presente o latente, siempre ha estado ahí. No te habías fijado o preferiste mirar para otro lado. Puede que simplemente no la hubieras buscado lo suficientemente bien.

Sí, la vocación no tiene por qué ser evidente, ni aparecerse en sueños, ni a través de una zarza en llamas… a veces cuesta encontrarla. Lo que pasa es que la reconocerás fácilmente porque una vez la identifiques subirá a la superficie como si liberases un corcho enterrado en el fondo de un océano.

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Para dejar huella hay que meterse en los charcos

Supongo que no se puede evitar, la paternidad te recubre con una capa adicional de autoestima. Hay un ser diminuto que te mira con ojos expectantes tras cada pregunta y, con toda su inocencia e ingenuidad, te considera una fuente de sabiduría universal.

Tampoco se puede evitar sentirse una estafa cuando tras una trabajada explicación que satisfaría de largo la curiosidad de cualquier adulto formado tienes como respuesta un nuevo “¿por qué?” y una mirada de desconfianza.

Pero, a veces, sólo a veces, uno siente que está a la altura de las circunstancias. Siente que ha trasmitido a su hijo, uno de esos consejos que le alumbrarán en su camino por la vida. Me sucedió ayer. Aunque fuera por casualidad.

Charcos

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