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Trasformación, tras formación

En matemáticas el orden de los factores no altera el producto. Solo en las matemáticas.

Cuando emprendemos cambios de gran calado, cuando queremos transformar, entran en juego variables de distinta índole que pueden escapar a la lógica: miedos, ilusiones, sentimientos, percepciones… Personas.

Nada te garantiza el éxito, pero una cosa te garantiza el fracaso: la falta de preparación. Por eso, si se desea el mejor resultado posible en el producto, la formación se antoja imprescindible en el primer lugar de esta operación.

formar

Cuando se dice que se afronta un gran cambio desde la experiencia y la intuición, suele ser una manera de poner paños calientes a algo que probablemente sea improvisación, con mayor o menor sustancia, pero improvisación. Si es un gran cambio, no hay atajo que valga, se necesita preparación.

Los grandes cambios necesitan ir precedidos en una fase previa de una tarea de sensibilización, que implica por un lado presentar las novedades y sus posibilidades, y por otro colocarse en los pies de tu audiencia para responder a la pregunta que ronda por su cabeza: “¿Y esto a mí cómo me afecta?”. O mejor aún: “¿Y esto cómo va a mejorar mi vida?”.

La formación es la herramienta perfecta para sensibilizar, para administrar el conocimiento en las dosis adecuadas a cada audiencia.

Si me apasiona el mundo de la formación es porque siempre la he considerado el gran catalizador de la transformación: personal y empresarial. La llave que te abre la puerta a nuevos mundos y que despierta posibilidades en tu futuro que hasta entonces habían pasado desapercibidas.

El principal rol de la formación en la transformación es abrir la mente, estimular el deseo de conocimiento sobre un tema, sembrar semillas que podrán crecer posteriormente regadas por la experiencia.

Invertir el orden, implantar un cambio y luego formar sobre ello, es sencillamente arriesgado, una estrategia abocada al fracaso. Un remiendo. Convertir el conocimiento en una carga en lugar de un objeto de deseo.

Hay un ejemplo paradigmático, la transformación digital, dónde la tecnología es a veces percibida como el destino final del cambio, y se pretende llegar a ella a través de cursos que no dejan de ser manuales de instrucciones en movimiento.

Realmente la tecnología representa el cómo de los cambios, pero las personas representamos el porqué. Sin un porqué percibido y aceptado, no hay transformación posible, puede haber, en todo caso, lo que de manera coherente a los tiempos actuales podríamos llamar “postureo digital”.

Si nuestra preocupación no es solo la fachada, si queremos ir más allá del postureo digital, la formación debe ir en primer lugar. Debe educar en el por qué y también en el para qué (te va a ser servir aprender esto). Después, con el beneplácito de la audiencia, o como mínimo con su acuerdo tácito de conveniencia, podremos profundizar y consolidar conocimientos.

Sin la misión inicial de abrir los ojos llevada a cabo por la formación, es difícil que las personas puedan contemplar un horizonte diferente. Serán después el tiempo y la experiencia quienes ayuden a consolidar los cambios, pero sin esa labor de zapa previa que abra el camino a base de aprendizaje, llegar al destino será mucho más complejo.

Primero, formar, y luego, trasformar… que su propio nombre lo indica.

 

 

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Jesús Garzás

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