Todo sucedió durante una de esas reuniones de desarrollo en las que el empleado implicado parecía responder como si la cosa no fuera con él.
A la pregunta sobre qué aspiraciones profesionales tenía me respondía oralmente con un ambiguo “ser mejor trabajador” mientras sus ojos y sus gestos me decían “respirar, comer, y hacer lo justo para aguantar en mi silla hasta que la jubilación (a 30 años vista) me lleve a un sitio mejor desde el que poder ver el programa de Mariló”.
Este tipo de comportamiento me indignaba tanto, que cuando un fugaz pensamiento surrealista y divertido pasó por mi cabeza, decidí cazarlo al vuelo y sacarlo por mi boca:
- ¿Si tu madre estuviera aquí sentada junto a mí en esta mesa me darías la misma respuesta?
Cambio de postura repentina, sonrisa nerviosa, titubeos y un “probablemente no” antecedieron a una petición de cambio de la reunión a otro día para tener más tiempo para pensar.

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